El turrón de Xerta

LOS TURRÓNES DE XERTA

Este turrón, muy quebradizo, presenta una forma circular muy característica que le dan los dos barquillos entre las cuales se ponía, todavía caliente, una demasiada blanquecina hecha mezclando avellanas tostadas, miel, azúcar, claras de huevo y canela. Actualmente, la pastelería “La Xertolina” ha recuperado esta receta y elabora y comercializa el típico turrón de Xerta.

De Xerta bajan turrones
Una de las cosas que ha dado más relevancia y más fama al pueblo de Xerta ha sido la elaboración del turrón, del clásico turrón triangular y redondo. Cuando vas a algún lugar y te identificas como xertolí, la mayoría de personas se quedan sorprendidas, te dedican una ligera risa y a continuación, te dicen que eres del pueblo del turrón, del mejor turrón de sus características que se comía en la comarca, y también fuera de ella.

A finales del siglo IXX había a Xerta cinco fábricas dedicadas a la elaboración de turrones y de chocolate. Todas ellas eran bastantes conocidas. Casa Pío, Casa Pau (la célebre marca registrada "La Xertolina"), Casa Josep Ricart, la factoría de Ernest Martí y Bernat Pegueroles. Todas utilizaban el mismo procedimiento, los mismos formatos, pero cada cual tenía su propia fórmula. Los barquillos que protegían el turrón también se elaboraban en sus obradores respectivos, donde destinaban un departamento específico para hacer este trabajo, que era bastante importante, puesto que tenían que respetar un grueso especial.

Una cuidadosa presentación
En el que tenían buena cura, era en la presentación y en los envoltorios del producto, solían emplear papeles finos y delicados, de colores atractivos y sugerentes. El más cualificado y conocido era el empleado por la fábrica de en Pau. En su envoltorio destacaba la clásica figura de la mujer xertolina de aquella época. Falda larga, delantal también largo, cabellos recogidos a la última con una artística “monya” y, a su lado, la xertolina traía un cántaro. Era la tradicional figura de la mujer que, como cada día, estaba de vuelta del río, donde replegaba el agua para beber durante la jornada y que, naturalmente, era guardada al lugar más fresco de la casa. De esta imagen nació, por cierto, la copla que se hizo famosa a nuestra comarca y que dice así:
“Quien quiera comprar sal,
que no vaya a las salinas.
Que venga a Xerta a probar
la sal de las xertolines.”

Los turrones de Xerta crecían en fama y popularidad y, por lo tanto, aumentaba su producción, ofreciendo en el pueblo muchos puestos de trabajo. Algunas familias enteras se dedicaban a la manipulación de estos dulces, muy combinados de avellanas, miel, azúcar… y aquellas otras cosas que, en cantidades poco elevadas, constituían el verdadero secreto de su real composición. Cada casa guardaba celosamente este formulario, que era el secreto más valioso de la familia, la cual, al fin, era el fabricante en cuestión.

La destrucción durante la guerra civil
Durante la guerra civil, la mayoría de las fábricas fueron devastadas y, al acabar, sólo fueron dos las que quisieron continuar la tradición, concretamente la de Ernest Martí y la de Bernat Pegueroles. Esta última fue la superviviente, puesto que se mantuvo en funcionamiento hasta la mitad de la década de los cincuenta, haciendo otro intento con posterioridad.

Un nuevo impulso
El día 22 de julio de 1947, el Ministerio de Industria y Comercio concedió el título núm. 9204803, porque se pudiera producir el famosísimo y tan esperado "Torró de Xerta" marca que figuraba sobre el empaque del producto, sin limitación de medida ni de colores. Se fabricaba a muy buen ritmo, puesto que se lo llegaban muchos pedidos de nuestras tierras y también de otros muchos lugares del Estado. Era tanta la demanda de turrón que se tuvo que estructurar turnos de trabajo en un tiempo en que el trabajo era escaso para todo el mundo, ocupando personas bastante carecidas de ingresos económicos.
A Bernat Pegueroles lo sucedió al frente del negocio su hijo, Bernat Pegueroles y Cid, quién impulsó todavía más la producción de turrones. Un agente comercial le traía pedidos de los lugares más lejanos y desconocidos, tal era la calidad de su producto y la gran aceptación y eco que, merecidamente, se había ganado la marca.

Desaparece una tradición
Unos años después, debido al encarecimiento de las materias primeras, de los costes de producción (la técnica que empleaban era totalmente manual), se tuvo que reducir el ritmo de trabajo, hasta agotarse del todo a los primeros años de la década de los sesenta.

Intentar una remodelación de la fábrica en este caso resultaba bastante complejo, porque representaba unos gastos que Pegueroles no podía asumir entonces. Sus hijos tampoco demostraban ningún tipo de interés para salir adelante el negocio familiar, hecho que determinó la decisión de cerrar las puertas de la fábrica que tanta riqueza había repartido entre la clase trabajadora de Xerta.

La población sintió mucho la pérdida de la última fábrica de turrón que quedaba a la localidad, no solamente por los puestos de trabajo que se perdían, sino también porque fue el último reducto de tradición que, inexorablemente, se iba a pique. Ver como se retiraba el cartel de la fachada de la fábrica hizo correr algunas lágrimas en los ojos de los vecinos del pueblo.

El más satisfactorio del caso es que nadie de la gente mayor no ha podido olvidar la calidad de aquel turrón artesano, fabricado en las Tierras del Ebro, que llenaba de fiesta las reuniones familiares y las celebraciones locales en que se ofrecían los dulces más cualificados y de más prestigio.

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